El viento aterriza en aquel beso nocturno
y roza la caricia tibia que me entregaste,
vuela inconsciente hacia la cama que nos sedujo
en pasión latente y descansa en el lecho.
La realidad se regala el perturbado deseo
de parquear su carruaje frente a esa escena
cuando mi mano recorrió tu rostro en su inocente
afan de memorizarte, casi previendo la despedida.
Una mariposa se posa sobre el último
de nuestros abrazos y susurra en mi oído
tus últimas palabras, y tu presencia suena
tan lejana e imposible como las palabras de tu boca.
El tiempo que camina se burla en su paso
de los sueños derribados y las promesas
inacabadas, de las decisiones equivocadas
y de los amantes que se separan.
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